Mi camino hacia la cocina.

Desde que recuerdo, siempre quise ser odontóloga, tanto que una navidad le pedí a Santa un juego de play-doh de dentistas y pasaba horas jugando y jugando. Luego, cuando estuve un poco más grande, disfrutaba mucho de ir al dentista aunque fuera a sólo consulta general porque preguntaba absolutamente todo lo que me iban haciendo, los instrumentos que usaban y para qué servían las cosas. Estoy segura que hasta los doctores se cansaban de mi. De hecho, en una consulta que mi mamá tuvo, el doctor me dejó hacerle la limpieza  bajo su supervisión. Esto claramente fue para mi sorprendente y viví “flechada” de la odontología sin lugar a dudas. Cuando tenía que hacer el examen de la UCR, donde yo quería entrar a estudiar, me acuerdo que no tenía plan B, yo tenía que entrar a la carrera sí o sí. Me faltaron 10 puntos y el mundo se me vino abajo. 

 Para ese entonces tenía planeado irme a hacer un intercambio por un año a un pequeño pueblo en Montelimar, Francia. En enero del 2018 emprendí mi viaje y mi vida cambió. Tuve que aprender a vivir sola, valerme por mi misma, aprender un idioma nuevo en tan solo 3 meses, tolerar y adaptarme a una cultura totalmente diferente a lo que estaba acostumbrada, pasar de un clima tropical a temperaturas y condiciones extremas de frío y calor. 

Tenía que despertarme a las cuatro de la mañana y caminar 6 kilómetros desde mi casa hasta el pueblo más cercano, donde tomaba el bus para que me dejara en el colegio. Durante el invierno tenía que caminar con 5 capas de ropa encima, el gorro y la bufanda me tapaban toda la cara excepto los ojos, debía usar mis lentes para que el frío no me lastimara, pero aún así mis anteojos se empañaban y me costaba ver. El frío me calaba en los huesos y durante todo mi trayecto yo temblaba sin poder entrar en calor. Me acuerdo un día, el cual creo que fue el día que más frío sentí, cuando iba caminando para el colegio, dejé de sentir los dedos de mis pies y lo único que podía hacer era llorar del frío que sentía, iba sentada en el bus y no podía calentarme, había llegado al colegio y no dejaba de temblar, en días como esos realmente me cuestionaba si todo el viaje que había hecho valdría la pena. 
Tuve que empezar a probar comidas nuevas que jamás me hubiera imaginado que tendría que comer… dentro de todo eso que cambió, fue mi pasión por la comida. 

 Para que tengan un poco de contexto, yo a los 17 años no sabía ni hacer arroz en olla arrocera, en la vida me había hecho un huevo frito y claramente no sabía ni cómo usar un cuchillo. Viviendo en Francia, tuve que aprender a cocinar porque la familia con la que estaba viviendo no disfrutaba la cocina, entonces la comida no era para nada apetitosa.

 Al principio todo lo que hacía salía terrible, no entendía como usar los diferentes olores y especias que habían, no sabía como cocinar las cosas, ¿a la plancha, freírlo, hervirlo?  ¿En qué momento sé que está listo, estará bien cocinado, sabrá bien? Todo se volvía demasiado frustrante porque no sabía que estaba haciendo realmente, al tiempo empecé a entender que si mezclaba ciertos ingredientes,, podría llegar a un sabor, si cocinaba el pollo al horno hasta que llegara a 165° F, estaría perfecto, que si freía las papas podría hacer papas fritas y que si hervía los huevos, podria tener huevos duros! Con el tiempo, el proceso de aprendizaje se tornó en experimentar y probar, y eventualmente aprendí a hacer ratatouille, crepas… pero lo más importante para mi, ¡un huevo frito!  

 Puedo identificar el día en que me di cuenta que me había enamorado de la cocina (sí, me enamoré como cuando uno encuentra a su primer amor) y fue una mañana que la abuela estaba haciendo una sopa y me dijo que metiera la cabeza en la olla y que le dijera cuáles olores percibía. Únicamente logré decir orégano y ni siquiera estaba tan segura de que así fuera. En ese momento me di cuenta que yo quería saber cuales eran las especies que había usado,como podía usarlas en otras cosas, de dónde venían y de qué se componían. Llamé a mi mamá, que en ese momento en Costa Rica eran casi las 6 am y le dije “Ma, quiero estudiar cocina” ella casi se infarta cuando escuchó a su hija que no sabía ni poner agua a hervir, decir que quería cocinar para vivir. 

 A partir de ese momento no he dejado de soñar con los platos nuevos que voy a crear o las técnicas nuevas que voy a probar y los resultados que voy a tener. La gastronomía se ha vuelto mi centro de atención, en lo que pienso al despertarme y al irme a dormir, se volvió mi pasión, mi profesión y mi hobby. 

 Me encanta como la cocina me hace sentir y todas las facetas que saca a relucir en mí. Amo el sentimiento de cocinar para los demás y ver las caras de satisfacción al probar algo nuevo. Adoro probar nuevas técnicas y salirme de mi zona de confort para hacer algo que nunca había intentado. 

 Como dijo el gran chef estadounidense Grant Achatz “Food can be expressive and therefore food can be art” (La comida puede ser expresiva y por eso la comida puede ser arte). Eso es para mí el cocinar. 

 

Te invito a seguir leyéndome, te aseguro que te voy a enseñar cosas que en la vida te hubieras imaginado.